Los dos monasterios de San Millán de Yuso

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El rey Don García ordenó levantar el monasterio de abajo en el 1053. Cinco siglos después, se demolió el edificio medieval y las obras del nuevo duraron casi 250 años

PERIÓDICO LA RIOJA | MARCELINO IZQUIERDO Logroño Domingo, 19 mayo 2019, 21:15

Cuando el rey García Sánchez III de Navarra -más conocido como Don García el de Nájera- vio acabado y consagrado el monasterio najerino de Santa María la Real, en el año 1052, quiso dotar a su magna obra del mayor poder religioso, político y económico posible. Y como gran devoto que era de San Millán, patrón por aquel entonces de los reinos de Castilla y de Navarra, pretendía que sus reliquias descansaran en el panteón real que había levantado para él y para su familia.

Acompañado por su séquito, se trasladó el monarca de Nájera-Pamplona al valle del Cárdenas, para llevarse hasta Nájera las reliquias del santo Emiliano, con todo el boato que la empresa merecía. Era el 29 de mayo de 1053. 

Narra la leyenda que sobre una carreta tirada por bueyes fueron colocados los huesos de San Millán, ante el disgusto de los monjes que habitaban en el cenobio. Sin embargo, cuando los animales habían alcanzaron el llano, frenaron su marcha de manera inopinada, y no hubo forma de que avanzaran. 

Comprendieron entonces Don García y sus consejeros que la señal de los bueyes era un milagro, una señal de que el santo deseaba quedarse en su tierra; y en ese mismo paraje, muy cerca del río, encargó el rey construir otro monasterio, al que pronto se denominó Yuso o el de abajo, diferenciándolo del de Suso o el de arriba. Su hijo, Sancho IV el de Peñalén, lo inauguraría en el 1067.

El viajero que la actualidad visita Yuso se encuentra con un complejo monástico de grandes dimensiones, cuyas obras arrancaron en los albores del siglo XVI. Escribe el historiador Constantino Garrán en su obra ‘San Millán de la Cogolla y sus dos insignes monasterios: estudio histórico arqueológico’ (1929), que las obras de la iglesia de Yuso dieron comienzo en 1504, siendo prior fray Miguel de Alzaga, y se colocó la última piedra el 28 de junio de 1540. Pero no sería la última. 

Las obras, de hecho, no finalizaron en la citada fecha, debido a los problemas que fueron surgiendo durante las décadas posteriores, hasta el punto de que la configuración actual del edificio data de mediados del siglo XVIII.

Poco se sabe del monasterio medieval que fundó Don García, como denunciaban Begoña Arrúe y Enrique Martínez Glera en el plan director que sirvió para restaurar la iglesia, entre los años 2006 y 2010: «Nadie ha explicado la verdadera dimensión del Yuso medieval y tampoco la monumentalidad del iniciado a comienzos del siglo XVI». E incidían en que «Yuso carece de un estudio integral que determine con claridad su carácter original».

Al menos hasta el año 1100 coexistieron los monasterios de Suso y Yuso, el primero manteniendo la regla mozárabe y la doble comunidad masculina y femenina y, el segundo, abrazando la regla benedictina.

Gran iglesia románica

Cuando en el año 2006 arrancaron las obras de reforma del templo, saltó la sorpresa. Aparecieron restos de un taller prehistórico de la Edad de Bronce (1.200 a. C.), donde se fabricaban objetos de sílex, puntas de flecha y rascadores de piedra. 

Tres años después, las excavaciones sacaron a la luz buena parte de la estructura de una gran iglesia del primer románico, según los expertos, «muy similar a San Martín de Frómista, San Isidoro de León o la catedral de Jaca»; sin duda, tres hitos de la arquitectura medieval europea. Mientras el arqueólogo Javier Garrido hablaba de «un gran templo de hasta cuarenta metros de altura, construido en piedra blanca y una gran luminosidad», el entonces presidente de La Rioja, Pedro Sanz, defendía que «hay que hacer todo lo posible para que los hallazgos puedan contemplarse».

Pero no fue así. El 25 de enero del 2011, la iglesia de la Asunción de Yuso se reinauguró a bombo y platillo, dejando bajo tierra los tesoros románicos y, lo que es peor, frenando la posibilidad de continuar la investigación.

En la actualidad, cuando los guías de San Millán enseñan el templo a los turistas que lo visitan, explican que muy poco se conserva del monasterio original del siglo XI, omitiendo lo que oculta el subsuelo.

Repertura fallida en 1540

La construcción del segundo monasterio de Yuso, en 1504, debió partir de cero. «Parece evidente que se optó por arrasar con todo lo que quedaba de la iglesia anterior y levantaron un edificio completamente nuevo, si bien bajo los cimientos quedaron las ruinas medievales», explica Enrique Martínez Glera, doctor en Historia del Arte.

Sin embargo, tras la reinauguración celebrada en 1540, el sistema de apuntalamiento de la iglesia de la Asunción comenzó a fallar, lo que demoraría las obras doscientos años más. De hecho, los benedictinos pidieron auxilio a Felipe II en 1589, quien envió a San Millán a uno de sus arquitectos, fray Giovanni Vincenzo Casale. El álbum del arquitecto italiano, que además era ingeniero y escultor, muestra los diseños con los que Casale «dio instrucciones de cómo apuntalar la obra de modo que quedase sujeta la nave del Evangelio, cuyo muro externo era el que peligraba», narra el experto Gabriel Moya Valgañón -exconservador jefe de Patrimonio Nacional-, quien añade: «Con su sistema (de Casale) se ataban, a nivel de enjarjes, los pilares de la nave central y se aseguraba la nave norte, contrarrestando sus empujes a base de un arriostrado de madera que la dejada de hecho impracticable».

Pero o no hicieron caso al arquitecto real o no funcionó su proyecto, pues los muros del templo mantuvieron su inestabilidad y las obras del segundo monasterio de Yuso no acabaron por completo hasta 1752.